Phnom Penh día 1
- lectura de 7 minutos - 1328 palabrasHoy a tiro fijo hemos ido a desayunar a Chez Mama (nos ha gustado mucho este sitio, es probable que repitamos) café, zumo natural y tortillas. Con las pilas cargadas contratamos a un tuktuk que nos llevase hoy durante parte de nuestro recorrido. Al final nos ha salido por 15USD entre los 5 el viaje de Chez Mama a los Killing Fields, de ahí al S-21 y que luego nos recogiera en el mercado ruso para llevarnos al FCC.
El tuktuk de hoy no era el tunning de Tony pero tenía su gracia, como que el motor se conectaba al depósito a través del tubo de un gotero que el hombre regulaba a placer con la rosca. Durante el camino, a parte de ir temiendo constantemente por nuestra vida (la conducción en esta ciudad es caótica), pudimos ver a un niño recogiendo agua con una botella en los aspersores de los jardincillos de las calles. Los contrastes en Phnom Penh son más evidentes que en el resto del país, donde todos son pobres.
Choeung Ek o los famosos Killing Fields (así llamados por una película) están a unos 10 km al sur de la ciudad. La entrada son 6USD e incluye una audioguía muy útil, en castellano español. Choeung Ek es uno de los múltiples campos de exterminio diseminados a lo largo de todo el país aunque puede que sea el que tiene la historia más sangrienta, ya que en él se exterminaban a todos los prisioneros del Tuo Sleng (S-21 como contaré más adelante). Más que un sitio para “visitar” yo diría que se ha convertido en un monumento para honrar a los muertos. A pesar de las atrocidades allí cometidas, se respira mucha paz, en parte yo creo que porque los camboyanos se encargaron de no dejar ni un edificio en pie y ahora sólo hay campos verdes, árboles frutales y arrozales a lo lejos. La sensación es muy distinta a la que tiene uno cuando visita un campo de exterminio nazi, donde todo es tierra árida y se ven todos los edificios perfectamente conservados. Aquí se ve que los camboyanos están buscando un memorial, pero también una forma de encontrar la paz. En el medio del recinto se alza la estupa más grande de todo el país conteniendo los cráneos de miles de los allí asesinados, ya catalogados. También se pueden ver algunas de las fosas comunes que se cavaban constantemente para meter a los nuevos prisioneros o el famoso árbol sobre el que se destrozaban los cráneos de los bebés, delante de sus madres.
La visita duró unas dos horas en las que se aprende mucho sobre los horrores de la revolución de Pol Pot, el matar por matar, el miedo y el pánico que cundió en este país hace unos 30 años.
Haciendo un breve paréntesis en el día de hoy, haré un resumen de la historia Khmer (que explicaré más en otro post) para entender más la situación. Pol Pot, líder del régimen de los Jemeres Rojos (los jemeres son los camboyanos, el rojo creo que se entiende porqué) o Angkar decide llevar su visión comunista al extremo. En tan sólo tres años consiguió exterminar a una cuarta parte de la población basándose en absurdos del tipo “todo aquel con manos sin callos, intelectuales, con gafas o sobrepeso, son enemigos del régimen y deben morir”.
Aunque los años más claros de exterminio fueron del 75 al 78, siguieron más años en el poder, reconocidos por las autoridades internacionales (eso incluye a Estados Unidos, China, Alemania, Inglaterra…). Terrible. Los juicios por los crímenes de guerra y contra la Humanidad comenzaron en 2007 y de momento sólo se ha condenado a una persona.
Al salir de allí me acordé de muchas de las pacientes que teníamos en los pueblos que decían tener palpitaciones por la noche cuando se ponían a pensar, no me extraña. Una cosa es leerlo y otra ver este lugar o el siguiente del que os voy a hablar. Tras la visita, se hace mucho más difícil entender cómo esta gente ha recuperado tan rápido la capacidad de sonreír y ser feliz y de volver a una especie de normalidad. Me parece increíble que antiguos jemeres y familiares de víctimas puedan convivir en paz en un mismo pueblo.
Tuol Sleng o el museo del Genocidio (entrada 3USD, sin guía) es un antiguo liceo francés que desde abril del 75 a enero del 79 se convirtió en la prisión más aterradora de Camboya. Alrededor de 15000 personas pasaron por allí y sólo unas pocas consiguieron salir con vida (aunque los registros occidentales dicen que sólo 7, los camboyanos dicen que unos 200).
Los jemeres rojos encerraban aquí a todos los supuestos opositores al régimen, por cualquier motivo, válido o no, sin distinción de edad. Los guardias tenían entre 10 y 15 años, elegidos de distintos pueblos donde tampoco se les daba la opción de unirse a los jemeres o no: o tu vida o la del vecino. La entrada ya es sobrecogedora, con una gran horca en el patio con varias tinajas debajo para reanimar a aquellos que sobrevivían y prolongar su tortura. Junto a ella había un cartel con las normas de la prisión.
El complejo cuenta con 4 edificios:
- El A: dedicado a la tortura, especialmente de altos oficiales jemeres acusados de traición.
- El B: contiguo, ahora transformado en monumento conmemorativo. Está lleno de fotos de los prisioneros, tomadas por los jemeres que tenían órdenes de documentar tanto la entrada como la “salida” de todos los que por allí pasaban.
- El C: repleto de minúsculas celdas individuales, en la planta baja hechas con ladrillo y en la alta con madera, más ordenados. En el último piso se pueden leer las confesiones falsas de muchos de los torturados.
- El D: ahora también reconvertido, aloja muchas de las pinturas de Nath, uno de los 7 supervivientes del campo.
La visita nos ha gustado menos que la de Choeung Ek, no sabría muy bien decir porqué. Quizás porque se hacía demasiado hincapié en lo morboso (como guinda del pastel, dos de los supervivientes del campo estaban a la salida firmando sus autobiografías).
Pasado ya el mal trago de Pol Pot y los suyos, fuimos dando un paseo hasta el mercado ruso, así llamado porque durante el periodo vietnamita era muy frecuentado por los rusos. Alejado del centro, anticuado y atestado de gente, con sus dos caminantes en la trotamundos, yo me esperaba algo más parecido al mercado de las especias de Estambul y no una versión grande el mercado de Battambang. Aún así, merece la pena verlo y para aquellos que quieran comprar souvenirs antes de volverse a sus casas, es un buen lugar para hacerlo. Allí se vende de todo: comida, productos de ferretería, telas, kromás, artículos para guiris, teteras para fumar opio, artesanías… Lo que María y yo no hemos encontrado todavía a buen precio ha sido la pimienta de Kampot, mañana habrá que regatear más.
La comida de hoy se merece mención especial, el Samnag Kitchen, un pequeño restaurante cerca del mercado, nos ha dado comida buena, bonita y barata.
A las 5 de la tarde nos estaba esperando nuestro tuktukero, listo para llevarnos al bar del FCC, de los corresponsales de guerra de Phnom Penh. Con una terraza en una situación privilegiada, uno puede disfrutar de una caña durante las happy hours (de 5 a 8) sin dejarse mucho dinero. Música tranquila, exposiciones de fotografía y muy buenas vistas. Lo único que no entendemos es porqué tiene premio a la mejor puesta de sol cuando éste se pone justo por el otro lado.
Ya de noche salimos sin rumbo callejeando. Visitamos Wat Ounalom, una pagoda cercana e intentamos ver el Palacio Real y la Pagoda de plata sin mucho éxito. Se ve que sólo hay visita de día.
Hemos recogido pronto, vuelta andando al hotel (con la temperatura nocturna es más que factible) y cena aquí cerca. Mañana más.